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700 kilómetros en bici

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Regresa la primavera y, con ella, la temporada de ir al trabajo en bici. Por fin vuelven la luz y las tardes en la terraza, bebiéndose el sol por la piel. Por eso y  porque no quiero dejar pasar este hito, mis primeros 700 kilómetros en bici, voy a contaros mi experiencia pedalera. Y porque hoy (ayer a la hora de publicar) se celebraba el día de las bicis y cualquier excusa es buena.

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¿Por qué comprarse una bici?

Hace ya más de un año que me mudé a Pamplona. Me salió un trabajo (existen algunos en España) y, con él, la obligación de ir a unas oficinas. Pero como tantas veces, el edificio que las aloja está en un lugar absurdo, rodeado de nada y descampados, a las afueras de la ciudad. Y como tantos otros lugares absurdos a las afueras de una ciudad, este resulta bastante inaccesible: sin transporte público alguno que llegue a él y comunicado con el resto del mundo sólo por una autopista.

El problema que se me planteó entonces resultaba frustrante porque, para colmo, el lugar absurdo en cuestión está bastante cerca de mi casa: a unos 7,5 kilómetros. Una distancia realmente ridícula, que, sin embargo, prácticamente me obligaba a comprarme un coche.

Me negué en redondo, primero tímidamente, luego por mis santos huevos. La verdad, no me gusta conducir. No me gustan los coches, ni la sensación de ocupar una máquina de matar de asfalto, inercia y toneladas de hierro. Tampoco he visto cómo desaparece el Ártico, para vomitar cada día más CO2 prescindible a la atmósfera, en un coche que transporte un solo culo. Si los diccionarios fuesen más realistas, junto a “ineficiencia” se leería “mover más de 100o Kg para trasladar 60”, “coger el ascensor para ir al gimnasio” y otros esperpentos cotidianos.

Pero, sobre todo, es que me niego a tener que pasar por el aro. A aceptar la fórmula de hipoteca, coche para trabajar y trabajar para pagar la hipoteca del coche. A creer que es la única posible. Me niego a aceptar que ese trasto de hierro es una “necesidad” y por instinto me rebelo contra la imposición externa que realmente supone. ¡Hippies del mundo, uníos! Es posible librarse de ese parásito que no hace más que chupar gasolina.

Compartir o pedalear

Hace un año encontré dos soluciones: la primera y más inmediata; comprarme una bici para el verano. La segunda, cuando el frío aprieta, compartir coche con un compañero al que yo ayudo con los gastos de la gasolina. Y, después de este periodo de prueba, me reafirmo en ambas decisiones. Compartir el trayecto me ha hecho ganar, además de buenas charlas matutinas, una puntualidad inusual en mí y complicidad con un amigo que de otro modo sólo sería una cara conocida más. Supongo que tuve suerte por encontrar a alguien conocido que viviese relativamente cerca. Pero siempre hay opciones anónimas que pueden facilitar la tarea: compartir.org, blablacar etcétera. Todas ellas sirven para despejar la carretera de coches mono-culo (TM), reducir el consumor de combustible, etcétera. No sé si es la solución perfecta, pero sí un gran avance.

Pero yo he venido aquí a hablar de mi bici 😉 Mi despampanante, ligera, bonita, blanca y eléctrica bici. Quizás, compartiendo estas experiencias (como otros han hecho ya), el uso de la bici se vuelva más generalizado, más cotidiano. Y debo decir que la mía ha sido muy positiva. Muy factible (recalco) y muy positiva. Tengo planeado desgranar las ventajas e inconvenientes en otros dos posts que publicaré en las próximas semanas. Pero, por dar fin a esta entrada, recalcaré los dos aspectos que para mí, son más motivadores: para empezar, me siento más en forma al llegar a casa. No soy precisamente Induráin, pero me satisface sentir que puedo hacer vida más allá del sofá y más allá de mi cabeza. Para terminar, me encanta respirar el paisaje cambiante que encuentro cada mañana al ir al trabajo. Puede parezca una minucia pero, desde la ventanilla del coche, nunca había visto (nunca había mirado) cómo va mudando el entorno, tan lentamente, con las estaciones. Y es tan bonito darse cuenta.

Este martes, a bordo de mis dos ruedas, me encontré la primera amapola del año. El anuncio repentino y colorido, de que todo lo vivo va a ponerse en celo. Y pensar que sin bici, me lo habría perdido.


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